miércoles, 23 de junio de 2010

Naufragios

Ya habían pasado meses, pero aun seguían apareciendo pequeños trozos de cristal cuando barría. Era imposible terminar con aquello. A veces creía haber terminado con los restos del naufragio. Inspeccionaba todos los rincones, grietas, recodos, nada. Pero al mes volvía a aparecer otra pequeña pieza, diminuta y odiosa, reflejando la luz verdosa y enferma del salón. Mientras Sadia observaba el último de aquellos recuerdos, noto el olor polvoriento que desprendía el tapizado de las paredes. El olor parecía más intenso que nunca, le invadió el interior de la nariz y bajo por su garganta. Notó como jamás lo había hecho antes las arrugas y el color envejecido de las estampas religiosas colocadas en las esquinas de los cuadros. En la radio comenzó a sonar un ritmo frenético. No sabía donde apoyarse, se encontraba mareada.

Palabras y arcadas nacían de sus entrañas, recorriendo pulmones, hígado, intestinos; fluyendo entre bilis, sangre y vómito. La sensación de no saber qué se dice en voz alta y qué se piensa. Palabras expulsadas con la propia respiración.

-Sadia, la triste Sadi. No dejes que piensen lo contrario. Nunca dejes de disimular. Hay cosas que nunca pasaron. Hay cosas que nunca pasaron…

Hay cosas…