domingo, 3 de abril de 2011

Fin de acto

Se ilumina el telón, el terciopelo rojo y el oro resplandecen y hacen vibrar los asientos. La función va a comenzar. La música asciende, es reconocible, nos hace creer que todos estamos unidos, que todos sentimos lo mismo. Un pequeño parón en la melodia anticipa tu aparición, el telón se abre.
Aparece tu brazo, blanquecino como una aparición fantasmal. Tu mano camina sobre el indice y el corazon y se dirige al proscenio. Tus uñas pintadas de croma se incrustan con el video de un amanecer industrial, sucio y de colores sospechosos. El público mira hipnotizado, el baile de tu mano zigzaguea, describe curvas imposibles, escribe palabras ambiguas sobre la piel de mi espalda. Por el camino vas dejando escamas de pintura verde como veneno para ratas. No miras hacia atras. Te mueves con soltura y sin consciencia entre lo que eres y lo que te gustaría ser. No te culpo, todos tenemos nuestra función, todos nos involucramos mucho con el personaje. Pero antes o después, la obra nos exige que le dejemos morir.
Así podemos volver a casa
y dejar de actuar de una puta vez