viernes, 19 de febrero de 2010

Silencio y verguenza

Llego a la estación a las seis de la mañana. Me siento a esperar un poco el día resguardándome del frio. Al salir todavía es de noche y una capa de unos treinta centímetros de nieve se agrupa homogénea por todos lados. No se oye ni un solo ruido y solo algunos coches pasan por mi lado. Estoy en Oswiecim, el nombre polaco de la ciudad donde se levantó Auschwitz I y Auschwitz-Birkenau. Me dirijo al segundo, que está en las afueras. Desde el Google Maps parece gigantesco y sinceramente no se qué me voy a encontrar. Según camino por una carretera que lleva a las afueras el camino es más complicado. Veo viviendas sin adosar cubiertas de nieve como en una postal de navidad, pero ningún ruido todavía. EL amanecer comienza poco a poco y una niebla fina lo cubre todo. Por fin llego al campo, vislumbro el armatoste de la puerta de entrada, la puerta de la muerte. Cuando llego está cerrado, apenas son las 7 de la mañana y supuestamente abren a las 8AM. Sale un guarda a coger algo de su coche y le pregunto que a qué hora abren. El hombre me dice que le acompañe, habla en polaco con su compañero. Entonces me vuelve a indicar que le acompañe y me abre la puerta. Puedo entrar.

Paso. Ante mi hay una explanada inmensa que solo supone la columna vertebral del campo de exterminio. Es lo suficientemente grande como para que entrase todo un tren de mercancías a dejar a los prisioneros. La luz es tenue y la nieve lo inunda todo. Según avanzo me doy cuenta que la caseta del guardia se reduce a la entrada. Estoy completamente solo según avanzo. Solo se escuchan mis pisadas en la nieve y al fondo, los ladridos de los perros de las casas del extrarradio. Sólo alcanzo a pensar que estoy pisando historia. Siento como si el tiempo se hubiese detenido después de la liberación. Veo los barracones para mujeres, las ruinas de los cinco crematorios y las cámaras de gas. Los sectores correspondientes a cada grupo de prisioneros: gitanos, judíos, polacos… las torres de vigilancia. Veo rosas hundidas en la nieve y decenas de jarrones vacios frente al monumento a las víctimas. Hay ciervos entre los árboles, se adentrar en el campo con inocencia. No me cabe en la cabeza que pueda ser tan vasto. Allí dentro cabían millones de personas. Según avanza la mañana otro sonido se suma, el de los cientos de cuervos que sobrevuelan Polonia. El paisaje es una fotografía en blanco y negro. Decido irme tras visitar los barracones de aislamiento, donde aún se conservan las camas. Cuando vuelvo a la ciudad, camino del museo en Auschwitz I me cruzo con un autobús de turistas. Lo que me encuentro al llegar al museo refleja todo lo que ya sabemos del holocausto. Objetos olvidados, fotos de los ejecutados a través de un pasillo, mirando al frente, viéndote pasar. Miles de kilos de pelo de judíos. Un paredón silencioso, una cárcel marchita en un sótano apenas iluminado donde no puedo sentirme tranquilo aunque me esfuerce. Arañazos en las paredes de la cámara de gas… Dolor y vergüenza. Algo que no se puede comprender.

4 comentarios:

Isra dijo...

trago saliva
nada más

Roberto Tega dijo...

Supongo que hay que ir allí para poder siquiera vislumbrar el horror. Muy buenas fotos tio!

Anónimo dijo...

las fotos están tomadas en un momento perfecto
sórdido silencio
agonía
frustración
almas que vuelan en forma de cuervos
rosas q se desangran
la nieve se mancha de culpa
por ser de raza blanca

(escalofrío al leerte, es imposible de entender q esto pasó de verdad y tu lo reflejas en el desgarro de tus fotos...)

Lazoworks dijo...

Debe ser espeluznante entrar en un lugar así. Yo no sé si me atrevería a entrar allí...
Por cierto, las fotos... ¡IMPRESIONANTE!