miércoles, 15 de octubre de 2008

Microcuento granaíno

Bajaba la cuesta empedrada junto al agua que corria en finos capilares entre las rocas de la calzada. Y el suelo brillaba y reflejaba un cielo rojo y encapotado. El olor a tormenta le ensanchaba los pulmones, la chaqueta subida hasta la boca le procuraba un calor reconfortante. Y el silencio, como una niebla transparente, le cubria por completo y se colaba entre su cuero cabelludo haciendole flotar, mientras sus pies celosos intentaban romperlo con el ruido de sus pasos.
Llegó la noche y con ella el sonido de los grillos y los gritos de alegria de después de la tempestad

2 comentarios:

Isra dijo...

me muero de envidia :(

Anónimo dijo...

Oleee!!